viernes, 1 de julio de 2016

 LAS CRUCES SOBRE EL AGUA

Joaquín Gallegos Lara publica esta novela en 1946 con el objetivo de “denunciar” los procesos de explotación dados en el Ecuador en los inicios del siglo XX (1920). En su libro analiza la contextualización política y social, así como en el perfil histórico del Ecuador de las primeras décadas del siglo pasado.

Argumento:

La novela de Joaquín Gallegos Lara, narra la matanza de obreros el 15 de noviembre de 1922 en la ciudad de Guayaquil. Masacre, que de acuerdo a sociólogos e historiadores, marcó el bautizo de sangre de la clase obrera en el Ecuador.

Bajo su realismo social, crea dos personajes que serán el motor de su narración: Alfredo y Alfonso, los cuales quieren entender la problemática de Guayaquil.

Además señala en sus páginas de forma nítida la falta de organización obrera sin expresión reivindicatoria popular, y un Ecuador donde comienza a forjarse el movimiento sindical, obrero y campesino, cuyas luchas, frustraciones y conquistas corresponderá juzgar solo cuando llegue el tiempo.

Resumen:

La novela describe el recorrido de dos guayaquileños: Alfredo Baldeón y Alonso Cortés. El primero es hijo de Juan y de Victoria. Vive en una casa paupérrima del barrio del astillero de Guayaquil. A corta edad se enrola en el ejército para luchar en Esmeraldas. Allí, además de aventuras militares, tiene sus primeras aventuras amorosas. Cuando decide regresar a Guayaquil trabajará duramente tanto en un taller como en una panadería. Se enamora de Leonor, una chica que vende cigarrillos en la calle.

Tras un corto viaje al Perú en compañía de su tío, decide regresar a Guayaquil, donde se casa con Leonor. Los malos tratos que sufre en su trabajo y las continuas rebajas de las pagas, hacen que renuncie a la panadería y decida instalarse por su cuenta. Se dedica a fabricar pan con un compañero que tiene un horno, y a venderlo en el centro de la ciudad. Alfredo, Leonor y su madre viven en una casucha junto al basurero municipal.

Otro personaje principal es Alonso Cortés que pertenece a la clase media baja y es desde pequeño íntimo amigo de Alfredo Baldeón. Intelectual por inclinación, intenta continuar sus estudios en la escuela Vicente Rocafuerte, pero la difícil situación económica por la que atraviesa su familia se lo impide, y comienza a trabajar como tinterillo. Se enamora de varias chicas, pero el amor de su vida es Violeta, la vecina de arriba de su casa.

En 1922 los sindicatos de obreros de Guayaquil deciden ir a la huelga. Alfredo encabeza la lucha de los panaderos. El 15 de noviembre salen a la calle a manifestar su protesta contra la carestía de alimentos, la subida del dólar y los sueldos de hambre. El gobierno decide reprimir las manifestaciones, y el ejército comienza a disparar sobre la multitud de obreros, mujeres y niños. En la refriega, tras combatir heroicamente, muere Alfredo Baldeón. Ese mismo día, su mujer, Leonor, muere al dar a luz a un niño muerto.

Por otro lado, Alonso Cortés, que simpatizaba con las reivindicaciones de los obreros, no se lanza a la calle por los ruegos que le hace su familia, aunque al enterarse de la desaparición de Alfredo va inmediatamente a buscarlo. Una vez que se calma la situación, Alonso decide romper su noviazgo con Violeta, pues considera que esa joven carece de sensibilidad social. Tras un largo viaje en compañía de su madre, regresa a Guayaquil, ciudad que ve transformada por la riqueza que manifiestan los edificios del centro de la ciudad, y por el continuo agrandarse de los suburbios de obreros. Al ver unas cruces sobre el agua del río Guayas, pregunta qué significado tienen; un negro estibador le explica que se colocan allí todos los 15 de noviembre, en recuerdo de los muertos que los militares echaron al río después de la cruenta represión anti-obrera.

Personajes:
  • Alfredo Baldeón
  • Alfonso Cortés
  • Margarita, obligada por su marido a ejercer la prostitución
  • Leonor, cigarrera que regresa a casa con los olores del tabaco adheridos a su cuerpo
  • Mano de Cabra, patrón de la herrería
  • Trabajadores de la herrería
  • El Loco Becerra, cacaotero que decide tomarse la justicia por su mano
  • Gordo Fantasía, cobrador del arriendo
  • Baldeón, panadero que sufre la peste bubónica
 

HISTORIA DEL GUARAHUAO ( DE  JOAQUIN GALLEGOS LARA)


Era una especie de hombre. Huraño, solo: con una escopeta de cargar por la boca un guaraguao.
Un guaraguao de roja cresta, pico férreo, cuello aguarico, grandes uñas y plumaje negro. Del porte de un pavo chico.

Un guaraguao es, naturalmente, un capitán de gallinazos. Es el que huele de más lejos la podredumbre de las bestias muertas para dirigir el enjambre.
Pero este guaraguao iba volando alrededor o posado en el cañón de te escopeta de nuestra especie de hombre.
Cazaban garzas. El hombre las tiraba y el guaraguao volaba y desde media poza las traía en las garras como un gerifalte.
Iban solamente a comprar pólvora y municiones a los pueblos. Y a vender las plumas conseguidas. Allá le decían "Chancho-rengo".
-Ej er diablo er muy pícaro pero siace er Chancho-rengo...
Cuando reunía siquiera dos libras de plumas se las iba a vender a los chinos dueños de pulperías.
Ellos le daban quince o veinte sucres por lo que valía lo menos cien.
Chancho-rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar. Además no necesitaba mucho para su vida. Vestía andrajos. Vagaba en el monte.
Era un negro de finas facciones y labios sonrientes que hablaban poco.
Suponíase que había venido de Esmeraldas. Al preguntarle sobre el guaraguao decía:
-Lo recogí de puro fregao... Luei criao donde chiquito, er nombre ej Arfonso.
-¿Por qué Arfonso?
-Porque así me nació ponesle.
Una vez trajo al pueblo cuatro libras de plumas en vez de dos. Los chinos le dieron cincuenta sucres.
Los Sánchez lo vieron entrar con tanta pluma que supusieron que sacaría lo menos doscientos.
Los Sánchez eran dos hermanos. Medio peones de Un rico, medio sus esbirros y "guardaespaldas".
Y cuando gastados ya diez de los cincuenta sucres, Chancho-rengo se iba a su monte, lo acecharon.
Era oscuro. Con la escopeta al hombro y en ella parado el guaraguao, caminaba.
No tuvo tiempo de defenderse. Ni de gritar. Los machetes cayeron sobre él de todos lados. Saltó por un lado la escopeta y con ella el guaraguao.
Los asesinos se agacharon sobre el caído. Reían suavemente. Cogieron el fajo de billetes que creían copioso.
De pronto. Serafín, el mayor de los hermanos, chilló:
- ¡Ayayay! ¡Ñaño, me ha picao una lechuza! Pedro, el otro, sintió el aleteo casi en la cara. Algo alado estaba allí. En la sombra. Algo que defendía al muerto.
Tuvieron miedo. Huyeron.
Toda la noche estuvo Chancho-rengo arrojado en la hojarasca. No estaba muerto: se moría.
Nada iguala la crueldad de lo ciego y el machete meneado ciegamente le dejó un mechoncillo de hilachas de vida.
El frío de la madrugada. Una cosa pesaba en su pecho. Movió casi no podía la mano. Tocó algo áspero y entreabrió los ojos.
El alba floreaba de violetas los huecos del follaje que hacía encima un techo.
Le parecía un cuarto. El cuarto de un velorio. Con raras cortinas azules y negras.
Lo que tenía en el pecho era el guaraguao.
-Aja eres vos, ¿Arfonso? No... No... me comas... un... hijo... no... muesde... ar...padre... loj...otros...
El día acabó de llegar. Cantaron los gallos de monte. Un vuelo de chocotas muy bajo: muchísimas. Otro de chiques, más alto.
Una banda de micos de rama en rama cruzó chillando.
Un gallinazo pasó arribísima.
Debía haber visto.
Empezó a trazar amplios círculos en su vuelo. Apareció otro y comenzó la ronda negra.
Vinieron más. Como moscas. Cerraron los círculos. Cayeron en loopings.
Iniciaron la bajada de la hoja seca. Estaban alegres y lo tenían seguro.
¿Se retardarían cazando nubes?
Uno se posó tímido en la hierba, a poca distancia.
El hombre es temible aún después de muerto.
Grave como un obispo, tendió su cabeza morada. Y vio al guaraguao.
Lo tomaría por un avanzado. Se halló más seguro y adelantóse. Vinieron más y se aproximaron aleteando. Bullicio de los preparativos del banquete.
Y pasó algo extraño.
El guaraguao como gallo en su gallinero atacó, espoleó, atropello. Resentidos se separaron, volando a medias, todos los gallinazos. A cierta distancia parecieron conferenciar: ¡qué egoísta! ¡Lo quería para él sólo!
Encendía la mañana. Todos los intentos fueron rechazados. Un chorro verde de loros pasó metiendo bulla. Los gallinazos volaron cobardemente más lejos.
Al medio día la sangre del cadáver estaba cubierta de moscas y apestaba.
Las heridas, la boca, los ojos, amoratados.
El olor incitaba el apetito de los viudos. Vino otro guaraguao. Alfonso, el de Chancho-rengo, lo esperó, cuadrándose. Sin ring. Sin cancha. No eran ni boxeadores ni gallos. Encarnizadamente pelearon.
Alfonso perdió el ojo derecho pero mató a su enemigo de un espolazo en el cráneo. Y prosiguió espantando a sus congéneres.
Volvió la noche a sentarse sobre la sabana.
Fue así como...Ocho días más tarde encontraron el cadáver de Chancho-rengo. Podrido y con un guaraguao terriblemente flaco -hueso y pluma- muerto a su lado.
Estaba comido de gusanos y dé hormigas no tenía la huella de un solo picotazo.
Fin